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ESCRITO REALIZADO POR MARLENE ROJAS, COACH EN HÁBITOS.

La solución no está en una pastilla. No existe un tipo de dieta momentánea que mejore la situación actual de salud. No se ha encontrado un tipo de ejercicio que borre los daños creados por una mala alimentación. No se ha logrado vencer enfermedades con tratamientos médicos aislados, sin un verdadero cambio de hábitos por parte del paciente. Estamos en la era de la tecnología, en la que cada vez hay más avances científicos, así que si no se han encontrado soluciones rápidas y mediatas a los problemas de salud es por una simple razón: las soluciones no están ahí. Estamos buscando en los lugares equivocados, y esto nos lleva a asumir que no hay solución y que debemos aprender a vivir con padecimientos inherentes a la edad. Lo contradictorio es que estas enfermedades afectan cada vez más a gente más joven incluso a los niños, lo cual indica que no son condiciones propias del paso de los años.

La solución es muy clara, precisa y está dentro de nosotros: cambiar lo que nos ha puesto donde estamos. Si llevamos un estilo de vida que nos ha dado ciertos resultados, el sentido común te dice que si quieres otros, tendrás que llevar un estilo de vida distinto. Yo considero que erradicar la enfermedad es muy sencillo. Lo difícil es que la solución recae en las personas, y somos nosotros quienes muchas veces nos mostramos reacios al cambio. Es muy fácil culpar enteramente a la industria alimentaria, a nuestra poca fuerza de voluntad, a la falta de tiempo, a que tenemos muchos antojos, a nuestra genética y a la educación que nos dieron nuestros padres en términos de hábitos alimentarios, pero nosotros somos el obstáculo principal.

Todo tiene solución siempre y cuando tomemos nuestra parte de responsabilidad, que es básicamente la única que podemos cambiar. La solución no es que cambies tus hábitos de manera restrictiva, de manera tajante, ni de un día para otro; de hecho, ni siquiera para que te sientas limitado. Si entendemos el comportamiento humano, queda claro que el hecho de imponer un cambio, además de suponer la crisis que cualquier transformación implica, también lleva un matiz negativo que pone a la defensiva a tu mente y así a tu propio cuerpo. No se puede buscar la paz invitando a una guerra. No puedes pretender un cambio positivo luchando, lo cual es un acto negativo; sería contradictorio. Es lo mismo que pasa cuando tratas de forzar un cambio; aunque lograrás hacerlo, la negatividad se quedará en ti y terminaría convirtiéndose en otro mal hábito con el paso del tiempo. Los que dejan de tomar, empiezan a fumar; los que dejan de fumar, empiezan a comer, y así arranca un ciclo en el que cambia el objeto central del mal hábito, pero realmente sigues atorado en lo mismo. Cuando aceptas algo, lo trasciendes. Cuando peleas contra ello, sigues estancado y lo fortaleces.

Todo aquello contra lo que luchamos se fortalece, y todo lo que resistes persiste. Así que no luches, déjalo como está por ahora. Es por esto que las dietas momentáneas o de conteo de calorías y porciones no funcionan. Someten al cuerpo y a la mente a un estrés innecesario que al final te lleva a más antojos, sabotea tu esfuerzo y todo culmina con unos kilos demás que definen a esa dieta como “de rebote”. Pero no, la dieta no es la que rebotó. Lo que sucedió fue algo inevitable y totalmente predecible: regresaste a tus hábitos anteriores y esto te llevó a obtener los resultados anteriores, solo que esta vez, derivado del estrés y la restricción durante un periodo de tiempo (la dieta), tu cuerpo se defendió de la hambruna que paso y guardo un poco más de lo que ahora consumes. Ese periodo posterior a una dieta es la que no se aclara en ninguna parte.

Con la salud no hay truco, no hay magia y no hay caminos rápidos. Se construye diariamente, se cuida y se mantiene. La enfermedad se previene con buenos hábitos porque también se cultiva y se construye; en la mayoría de los casos, algo no se nos “da” así nada más, es una consecuencia de lo que elegimos y hacemos a diario.

Debes empezar por respetar y apoyar los procesos naturales de tu organismo, lo cual implica consumir alimentos naturales, evitar los ingredientes tóxicos, reforzar el alimento del alma y hacer ejercicio cotidianamente. Estos cambios juntos harán que el cambio sea sutil, pero muy efectivo. Estamos diseñados para sentirnos siempre bien, y un malestar no es más que un mensaje de que algo no va bien y debemos corregirlo para poder seguir adelante. De lo contrario, ese malestar comenzará a crecer y después ya no será tan fácil.

Es necesario que estés consciente de que los buenos hábitos, igual que los malos, toman tiempo para asentarse, para crear beneficios o perjuicios, y que debemos darles tiempo. Es común esperar que después de una semana de comer saludable veamos grandes resultados y muchos cambios casi instantáneos, como si al fumar una semana uno tuviera ya los dientes manchados, el mal aliento instalado y los pulmones congestionados. Todo toma tiempo en estos procesos, para bien y para mal. La naturaleza hace cambios mínimos, pero permanentes a niveles más profundos, y ésos son los cambios más importantes, aunque no los veamos.

Cuando ya podemos apreciar las diferencias en el exterior es porque los beneficios ya se instalaron internamente. Cambiar de hábitos no se trata de volverse perfecto y tan estricto que caigas en lo aburrido, sino de comenzar el camino de la transformación a tu paso y con lo que mejor se adapte a tu gusto y tu estilo de vida. No existe la dieta perfecta para todos, así como no existe la verdad absoluta, y es por ello que te hablo en base a mi experiencia y de lo que a mí me ha funcionado al cambiar de hábitos. Hay muchas diferencias entre un hábito bueno y uno malo, pero la principal es que los primeros te guían hacia tus metas, mejorando tu calidad de vida y proveyéndote de un sentimiento de bienestar constante, con sus beneficios presentes, mientras que los malos hacen todo lo contrario.

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