«Viajes inesperados» / POR SEBASTIÁN ACEVES

La semana pasada me encontré con la noticia que el Sistema Cutzamala, una de las mayores obras de ingeniería civil en el mundo que proporciona agua a todo el Valle de México tendría mantenimiento en su totalidad, lo que significaba que la Ciudad de México se quedaría sin agua los siguientes días.

Tras estos sucesos que se venían además de ser el primer puente del mes, decidí aprovechar estos factores para salir de la urbe e ir al Estado de México. Después de hacer maletas, una parada en el pueblo de la Marquesa donde comí unas ricas carnitas y una hora de camino, llegue a la ciudad de Metepec.

Esta ciudad de casi medio millón de habitantes colinda con las ciudades de Lerma, San Mateo Atenco y la capital del estado Toluca. Inmerso en el sector industrial pero conservando su lado tradicional por tener construcciones antiguas y un lugar tranquilo para vivir. Al día siguiente de mi arribo, unos viejos amigos de la familia me invitaron a un pueblo no muy lejano de Metepec, prometiendo que era un lugar muy interesante para visitar. Al saber que compartía la denominación de pueblo mágico como nuestro querido Tecate, despertó mi curiosidad por conocerlo y accedí.

Luego de 60 kilómetros de camino llegamos a Malinalco, un pueblito pintoresco con mucha historia. Lo primero que hicimos fue subir el Cerro de los Ídolos, en su cima se encuentra un importante templo azteca donde graduaban a los guerreros de mayor rango. También se distingue por ser la única edificación monolítica (estilo de construcción en el cual un edificio es esculpido, moldeado o excavado desde una pieza única de materia) en América.

Posteriormente caminamos por las calles empedradas que nos dirigieron al centro de la pueblo. Aprovechando el cálido clima degustamos de una rica nieve, uno de los atractivos. Finalmente, entramos al Exconvento de San Agustín, el corazón de Malinalco. Sus pinturas sin haber recibido restauración anteriormente y su bello patio, hace que este recinto conserve su toque antiguo. Y para cerrar con broche de oro, comimos unos ricos tlacoyos de habas y frijol en el mercado del pueblo que se instala cada fin de semana. Después de esta grata experiencia hice partida y regresé a la capital del país.

Nunca llegué a imaginar que conocería un pueblito lleno historia, tradiciones y de excelente gastronomía como Malinalco. Agradezco a la familia Pazarán quienes me llevaron a este lugar y fueron unos excelentes anfitriones en los días que me quedé en Metepec. Es grandioso que en cualquier rincón de nuestro México encontremos sitios así. Estos viajes inesperados que al final resultan extraordinarios.